12 de septiembre
Siempre era un día especial.
Era el que cerraba el verano.
Desde primera hora se notaba la agitación en la casa. Limpiaban el patio, y preparaban las mesas.
A media mañana llegaba el panadero, y le servían el café con un pastelito especial.
Dejaba un saco de harina con el pan.
Meter la cabeza en el saco era estupendo, ese crujir del papel, y la pequeña nube de partículas de harina cada vez que abrías y cerrabas el saco.
Una gran orza lavaban por la mañana. Todo el año en lo alto de la despensa, y esa mañana, era lavada. Y la llenaban de azúcar, melocotones a trocitos y ramas de canela.
Y ese bidón de vino tinto, que tanto manchaba, al que no nos dejaban acercarnos ni probar a los niños.
Con las uñas rallábamos el bloque de hielo. Que grande, que frío, que pesado, que martirio pegar los dedos y mantenerlos. Que agradable al medio día acercar la mejilla y notar como respiraba el bloque de hielo.
Y por la tarde, un rosario de visitas. O unas visitas de rosario. Todas las amigas rezando, a las cinco de la tarde, delante de aquella virgen portatil con puertas. Con puertas que abrían para el rosario y ranura para las monedas. Terminado el rosario, cierre de las puertas y mantel blanco.
Café con pasteles de El Sol. Con tortas de cabello de angel. Y pequeños pastelillos de Lopez Mezquita.
Y por la noche, verbena, con la sangría y muchos pastelillos salados, ensaladilla de gambas, patatas fritas de la calle Molinos y un sinfín de personas.
Desde que murió mi abuela no hemos vuelto a celebrar el 12 de Septiembre.
Para todas las Marías.
Etiquetas: reflexiones
3 comentarios:
Es una tremenda injusticia dejar de celebrar lo celebrable por la ausencia de los seres queridos.
Si alguen me quiere...que nunca deje de celebrar mis buenos recuerdos.
Ánimo, María.
Preciosa entrada, Maruja.
Un abrazo.
Sí, realmente bonito
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